Confianza y sinceridad
Había una vez, en
un reino muy lejano y perdido, un rey al que le gustaba mucho sentirse
poderoso. Su deseo de poder no se satisfacía sólo con tenerlo, el necesitaba,
además, que todos lo admiraran por ser
poderoso. Así como a la madrastra de Blanca Nieves no le alcanzaba con verse
bella, también el necesitaba mirarse en un espejo que le dijera lo poderoso que
era. El no tenía espejos mágicos, pero contaba con un montón de cortesanos y
sirvientes a su alrededor a quienes preguntarle si el era el mas poderoso del
reino.
Invariablemente todos le decían lo mismo:
- Alteza, eres muy poderoso, pero tú sabes que el
mago tiene un poder que nadie posee: El
conoce el futuro.
(En aquel tiempo, alquimistas, filósofos,
pensadores, religiosos y místicos eran llamados, genéricamente “magos”.)
El rey estaba muy celoso del mago del reino pues
aquel no sólo tenía fama de ser un hombre muy bueno y generosos, sino además,
el pueblo entero lo amaba, lo admiraba y festejaba que el existiera y viviera
allí.
No decían lo mismo del rey.
Quizás porque necesitaba demostrar que era el quien
mandaba, el rey no era justo, ni ecuánime, y mucho menos bondadoso.
tendría dos posibilidades: es decir que si,
confirmado el motivo de su fama , o decir que no defraudando así la admiración de los demás.
El
rey estaba seguro de que escogería la primera
posibilidad. Entonces, le pediría que le dijera la fecha en la que el mago del
reino iba a morir. Este daría una respuesta cualquiera, no importaba cuál. En
ese mismo momento, planeaba el rey, sacar su espada y matarlo. Conseguiría con
esto dos cosas de un solo golpe: la primera, deshacerse de su enemigo para siempre,
la segunda, demostrar que el mago no había podido adelantarse al futuro, ya que
se había equivocado en su predicción. Se acabarían, en una sola noche, el mago
y el mito de sus poderes...
Los preparativos se iniciaron enseguida, y muy
pronto el día del festejo llegó...
- Un poco, dijo el mago.
-¿Y puedes leer tu propio futuro?, preguntó el rey.
- Un poco, dijo el mago.
- Entonces quiero que me des una prueba, dijo el
rey. ¿Qué día morirás?... ¿Cuál es la fecha de tu muerte?...
- No es eso, dijo el mago, pero lo que sé, no me
animo a decírtelo.
-¿Cómo que no te animas, dijo el rey. Yo soy tu
soberano y te ordeno que me lo digas. Debes darte cuenta de que es muy
importante para el reino saber cuando perderemos a sus personajes mas eminentes...
Contéstame pues, ¿cuándo morirá el mago del reino?.
El rey siempre había dicho que no creía en los magos
ni en sus adivinaciones, pero lo cierto es que no se animó a matar al mago.
Lentamente el soberano bajó los brazos y se quedó en
silencio...
Los pensamientos se agolpaban en su cabeza.
Se dio cuenta de que se había equivocado.
Su odio había sido el peor consejero.
- Me estoy sintiendo mal, contestó el monarca. Voy a
ir a mi cuarto, te agradezco que hayas venido.
Y con un gesto confuso giró en silencio encaminándose a sus habitaciones...
El mago era astuto, había dado la única respuesta
que evitaría su muerte.
¿Habría leído su mente?.
La predicción no podía ser cierta. Pero... ¿y si lo
fuera?... Estaba aturdido.
Se le ocurrió que sería trágico que le pasara algo
al mago camino a su casa.
-¡Majestad!... será un gran honor..., dijo el
invitado con una reverencia.
El rey dio órdenes a sus guardias personales para que acompañaran al mago hasta las habitaciones de huéspedes en el palacio y custodiasen su puerta asegurándose de que nada le pasara...
Esa noche el soberano no pudo conciliar el
sueño. Estuvo muy inquieto pensando que
pasaría si el mago le hubiera caído mal la
comida, o si se hubiera hecho daño accidentalmente
durante la noche, o so, simplemente, le hubiera llegado su hora.
El nunca en su vida había pensado en consultar
ninguna de sus decisiones, pero esta
vez, en cuánto el mago lo recibió, hizo la pregunta... necesitaba una excusa.
Y el mago, que era un sabio, le dio una respuesta
correcta, creativa y justa.
El rey, casi sin escuchar la respuesta, alabó a su
huésped por su inteligencia y le pidió que se quedara un día más,
supuestamente, para “consultarle” otro asunto... (obviamente, el rey sólo
quería asegurarse de que nada le pasara).
El mago, que gozaba de libertad que sólo conquistan
los iluminados, aceptó.
Desde entonces todos los días, por la mañana o por la tarde, el rey iba
hasta las habitaciones del mago para consultarlo y lo comprometía para una
nueva consulta al día siguiente.
No pasó mucho tiempo antes de que el rey se diera
cuenta de que los consejos de su nuevo asesor
eran siempre acertados y terminara, casi sin notarlo, teniéndolos en
cuenta en cada una de sus decisiones.
Y como siempre... estar cerca del que sabe vuelve
al que no sabe mas sabio.
Así fue: el rey poco a poco se fue volviendo mas y
mas justo. Ya no era despótico ni autoritario. Dejó de necesitar demostrar su
poder.
Empezó a aprender que la humildad también podía tener sus ventajas.
Empezó a reinar de una manera mas sabia y bondadosa.
Y sucedió que su pueblo empezó a quererlo, como
nunca lo había querido antes.
Hasta que un día, a mas de cuatro años de aquella
cena, sin motivo, el rey recordó.
Recordó que este hombre, a quien consideraba ahora
su mejor amigo, había sido su mas odiado enemigo.
Recordó aquel plan que alguna vez urdió para
matarlo.
Y se dio cuenta de que no podía seguir manteniendo
este secreto sin sentirse un hipócrita.
El rey tomó coraje y fue hasta la habitación, del
mago. Golpeó la puerta y apenas entró, le dijo:
- Dime, dijo el mago, y alivia tu corazón.
- Aquella noche, cuando te invité a cenar y te
pregunté sobre tu muerte, yo no quería en realidad saber sobre tu futuro,
planeaba matarte frente a cualquier cosa que me dijeras, quería que tu muerte
inesperada desnitrificara tu fama de adivino. Te odiaba porque todos te
amaban... Estoy avergonzado... El rey suspiró profundamente y siguió:
- Aquella noche no me animé a matarte y ahora que
somos amigos, y mas que amigos,
hermanos, me aterra pensar todo lo que hubiera perdido si lo hubiera
hecho.
Hoy he sentido que no puedo seguir ocultándote mi
infamia. Necesité decirte todo esto para que tu me perdones o me desprecies,
pero sin ocultamientos.
Vamos por el mundo odiando y rechazando aspectos de los otros y hasta de nosotros mismos que creemos despreciables, amenazantes o inútiles... y sin embargo, si nos damos tiempo, terminamos dándonos cuenta de lo mucho que nos constaría vivir sin aquellas cosas que en un momento rechazamos.
Tu muerte, querido amigo, llegará justo, justo el día de tu muerte, y ni un minuto antes. Es importante que sepas que yo estoy viejo, y mi día seguramente está cerca. No hay ninguna razón para pensar que tu partida deba estar atada a la mía. Son nuestras vidas las que se han ligado, no nuestras muertes.
El rey y el mago se abrazaron y festejaron brindando por la confianza que cada uno sentía en esta relación que habían sabido construir juntos...
que misteriosamente...
esa misma noche...
el mago...
murió durante el sueño.
No estaba
angustiado por la idea de su propia muerte, había aprendido del mago a
despegarse hasta de su permanencia en este mundo.
Estaba triste por la muerte de su amigo.
Tal vez de alguna manera desconocida el mago había
hecho que el pudiera decirle esto para
poder quitarle su fantasía de morirse un día después.
Un último acto de amor para liberarlo de sus temores
de otros tiempos...
Cuentan que el rey se levantó y que con sus propias
manos cavó en el jardín, bajo su ventana, una tumba para su amigo, el mago.
Enterró allí su cuerpo y el resto del día se quedó
al lado del montículo de tierra, llorando como sólo se llora ante la perdida de
los seres mas queridos.
Y recién entrada la noche, el rey volvió a su
habitación.
quizás por casualidad...
quizás de dolor...
quizás
para confirmar la última enseñanza de su maestro.
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